El gym, como vamos a ver, es la forja en la que nace el pújil, el taller donde se fabrica el cuerpo –arma y escudo que él lanza al ataque en el ring, el crisol donde se pulen las habilidades técnicas y saberes estratégicos cuyo delicado ensamblaje hace al combatiente completo; el horno, en definitiva, donde se mantienen la llama del deseo pugilístico y la creencia colectiva en lo bien fundado de los valores autóctonos, sin la cual nadie se arriesgaría a estar entre las cuerdas durante mucho tiempo. Pero el gimnasio no es solo, y su misión técnica reconocida –transmitir una competencia deportiva- no debe ocultar las funciones extrapugilísticas que cumple para quienes llegan allí a comulgar con este culto plebeyo de la virilidad que es el Noble Arte. Ante todo, el gym aisla de la calle y desempeña la función de escudo contra la inseguridad del gueto y las presiones de la vida cotidiana. A modo de santuario, ofrece un espacio protegido, cerrado, reservado, donde uno puede sustraerse a las miserias de una existencia vulgar y a la mala fortuna que la cultura y la economía de la calle reservan a los jóvenes nacidos y encerrados en el espacio vergonzoso y abandonado de todos que es el gueto negro. El gym es, además, una escuela de moralidad en el sentido de Durkheim, es decir, una máquina de fabricar el espíritu de la disciplina, la vinculación al grupo, al respeto tanto por los demás como por uno mismo y la autonomía de la voluntad, aspectos indispensables para el desarrollo de la vocación pugilística. Por último, el gimnasio es el vector de una desbanalización de la vida cotidiana al convertir la rutina y la remodelación corporal en el medio de acceder a un universo distintivo en el que se entremezclan aventura, honor masculino y prestigio. El carácter monástico, casi penitencial, del “programa de vida” pugilístico transforma al individuo en su propio campo de batalla y lo invita a descubrirse o, más bien, a crearse a sí mismo. En contraste con el entorno hostil e incierto de los barrios pobres (desierto económico y purgatorio social según LW), y pese a la acuciante falta de medios, el club constituye un islote de estabilidad y orden donde son posibles relaciones sociales prohibidas en el exterior. El gimnasio ofrece un lugar de sociabilidad protegida, relativamente cerrado, en el que se encuentra un respiro a las presiones de la calle y del gueto, un mundo donde los acontecimientos externos penetran con dificultad y tienen poca importancia. “¡Todo el tiempo que pasas en el gym es menos tiempo que pasas en la calle!”; “esto me protege de la calle”; “yo prefiero estar aquí que en la calle con tantos problemas”. Algunos profesionales admiten además que, con toda probabilidad, habrían acabado en la delincuencia si no hubieran descubierto el boxeo. Y numerosas estrellas pasadas y presentes, como Sonny Liston, Floyd Patterson y Mike Tyson, hicieron su primer aprendizaje del Noble Arte en prisión. El hermetismo del gimnasio representa una de sus mayores virtudes para los miembros y orienta toda la política del entrenador. Las mujeres no son bienvenidas en la sala porque su presencia perturba, si no el buen funcionamiento material, al menos el orden simbólico del universo pugilístico. Estas son algunas prohibiciones dentro de la sala: “Blasfemar, Fumar. Hablar fuerte. Faltar el respeto a las mujeres, faltar el respeto a los entrenadores, faltarse el respeto unos a otros. Nada de hostilidades. Nada de fanfarronerías”. A menudo se ha comparado a los boxeadores con los artistas, pero una analogía más exacta apuntaría más bien al mundo de la fábrica o al taller del artesano. Porque el Noble Arte se parece punto por punto a un trabajo manual calificado pero repetitivo. Esta descripción es válida para el conjunto urbano de los Estados Unidos y para la mayor parte de los países industrializados: las salas de boxeo del mundo entero se componen más o menos de los mismos elementos y se parecen unas a otras hasta confundirse. Nos damos cuenta enseguida comparando, por ejemplo, las descripciones del new Oakland Boxing Club de Oakland en California del célebre Kronk Gym de Detroit hechas por Ralph Wiley (Serenity: A Boxing MMemoir, Nueva York, Henri Holt and Company, 1989, pp. 28-229, 153 y ss.), del Rosario Gym de East Harlem en Nueva York por William Plummer (Buttercups and Srong Boys: A Sojourn at the Golden Gloves, Nueva York, Viking, 1989, pp. 51 y ss.) y del Cabbagetown Boxing Club en las afueras de Toronto por Stephen Brunt (Mean Business: The Rise and Fall of Shawn O´Sullivan, Marrkham, Penguin, 1987, pp. 43—69). El libro de la fotógrafa Martine Barrat (Door Die, Nueva York, Viking, 1993, prefacio de Martin Scorsese) es una fiel traducción visual de la atmósfera de una sala de boxeo de Nueva York que recuerda el exquisito retrato que Ronald Fried hace del Strillman´s Gym de la gran época (Corner Men: Great Boxing Trainers, Nueva York, four Walls Eight Windows, 1991, pp. 32-53). Como ha señalado acertadamente Gerald Early, “la palabra que viene a la cabeza más que ninguna otra cuando se observa a los boxeadores manos a la obra en el gym es “proletariado”. Estos hombres están empeñados en una labor honesta y completamente espantosa y, lo que es más sorprendente, este trabajo es todavía más grotesco que la pesadilla de la cadena de montaje. Y el proletariado es una palabra completamente adecuada para estos boxeadores a los que llamamos tontos y paquetes Gerald Early, “Three Notes Toward a Cultural Definition of Boxing”, en Joyce Carol Oates y Daid Halpern Reading the Fights, op. Cit., p. 20.
Notas:
En México la empresa AAA inauguró antes de la primera década del nuevo milenio el hexadrilátero...Hoy en día las AMM se llevan a cabo en dicho escenario.